El mundo de la cultura y
el literario en particular se ha desmoronado, venido abajo como un
castillo de naipes mal ensamblado porque uno de sus mayores activos,
Lucía Etxebarría, ha decidido 'colgar el teclado (o la pluma)' para dedicarse a
otros menesteres que le reporten más beneficios y menos disgustos.
La culpa, cómo no, la tienen los 'bucaneros culturales', esos seres
abyectos que piratean todo lo que cae en sus manos con cierto tufo a
cultura y no la posibilidad de que, simplemente, sus obras no gusten
o hayan dejado de interesar a algunos leedores de este país.
Vaya por delante que
entiendo y hasta puedo compartir su indignación cuando alguien pone
en tela de juicio su actividad profesional como escritora y su
reivindicación a ser remunerada por ello, cosa que pasa en gran
medida por la liquidación de los porcentajes de venta. El esfuerzo
no es ni debe ser gratuito, sea cual sea.
Sin embargo, disiento
hacer de la piratería el foco de todos los males del universo
artístico. Cierto es que las nuevas tecnologías han hecho más
accesible la adquisición de contenidos culturales, desde música a
réplicas de cuadros, pasando por películas o libros. Pero tampoco
nos engañemos, siempre se ha 'pirateado' y se seguirá haciendo.
Antes de los portales P2P
y los archivos de música MP3 existieron las dobles pletinas y el
amigo, al que ahora no conoces porque puede que viva en la otra punta
del mundo, que tenía ese o esos discos que tanto te gustaban y al
que no le importaba compartirlos contigo, y grabártelos en una cinta
de 90 ó 120 minutos. Una casete que una vez salida de la cadena de
música se extendía como la Gripe A y se convertía en una pandemia,
saliendo copias a las que le salían copias a las que le salían
copias y así sucesivamente hasta como diría Buzz Lightyear 'el
infinito y más allá'.
Y con los libros sucedía
algo similar. Alguien llegaba a casa con su flamante 'Señor de los
Anillos' o 'Los pilares de la tierra' en tapa dura y con
ilustraciones, para saber qué mierda es un 'orco' y qué un 'uruk
hai' y no confundirlos nunca jamás. Una semana más tarde, ese libro
cambiaba de manos y emprendía un viaje tanto o más largo que el de
Frodo hacia el 'Monte del Destino'. Un amigo que se lo dejaba a otro
amigo que se lo prestaba a otro y así hasta que regresaba al punto
de partida y permitía al barrio entero hacer coloquios acerca de la
figura de 'Smeagol' como símbolo de la corruptibilidad innata que
alberga el ser humano.
Por todo ello y porque no
sé cómo se cuantifican el número de 'ejemplares piratas' que
pululan por ahí me parece un recurso fácil demonizar la 'piratería'
antes que, al margen de los vicios propios del sector editorial,
mirarse el ombligo y pensar que quizás el problema es que como autor
he dejado de interesar al público y que mi trabajo no conecta, por
muchos años que ello me lleve.
El tiempo invertido es
relativo. No creo que Buenafuente dedique ni la mitad del que ha
dedicado Lucía Etxebarría a su novela, pero sus libros de monólogos
se venden como churros el día de Sant Jordi. Cierto,en parte porque
tiene mucho camino andado gracias a su popularidad, pero eso es harina
de otro costal.
La escritora dice que es
'momento de buscarse un trabajo' porque tiene que comer. Desde aquí
sólo le puedo decir que es lo que hay y más en tiempos difíciles
como los que corren. No es la primera ni la última que debe
compaginar actividades y aunque creo que no acabará en una cadena de
montaje, con una redecilla en la cabeza y embalando pastelillos
industriales, estoy seguro de que no dejará de sentarse frente al
ordenador para seguir dando rienda suelta a sus historias. Es lo que
tienen las pasiones. Escribir es una de esas. Se tiene o no se tiene,
pero si se tiene es imposible contenerla.
Concluyo hoy con un
llamamiento. Ahora que Lucía Etxebarría ha decidido dejar de
publicar, para evitar una crisis mundial o algo peor (un cataclismo,
el juicio final...), os dejo a tiro mi primera novela 'Lasatribuladas peripecias de la banda de Agustín González'. Es
divertida, muy divertida y terriblemente divertida. Y el precio es
tan irrisorio que hasta da pena 'piratearla'.