Nosotros no tenemos a
Horatio Cane. A los españoles para desarticular mafias
internacionales no nos hace falta un tipo duro y con gafas de sol que
se pasee por ahí con la cabeza ladeada como si acabaran de pegarle
una pedrada. Porque nuestros mafiosos son trabajadores sencillos,
corrientes y se han empapado de esa cultura empresarial tan nuestra
del “no te compliques, que sale caro”. ¿Introducir droga en
el país? Déjate de lanchas fueraborda en mitad de la noche o de
submarinos en miniatura. Vamos, preguntamos qué cuesta una terminal
de aeropuerto, la compramos y listos.
El negocio va bien, muy
bien. Viento en popa. Tanto que quizás su partida presupuestaria
para I+D sea superior a la que el Gobierno destine a todos los
sectores de producción del país. Si bien tiene ese pequeño pero de
ser ilegal hasta las trancas. Y burlar a la policía es un trabajo
extenuante hasta para unos 'honrados' delincuentes que sólo quieren
ganarse la vida vendiendo 'honradamente' su producto y con unos
costes que disparan el precio de la mercancía.
Por eso, como en tiempos
de crisis hay que buscar recortar gastos, las cabezas pensantes de la
mafia se ponen cerebros a la obra. Son horas de mucha actividad
mental, muchas las ideas que se barajan, hasta que uno de ellos se
pone en pie y grita, ¡Eureka!
Un racimo de pistolas
envuelven su cabeza. ¿Quién es Eureka? ¿Va a entrar por la puerta?
¿Nos has vendido a la policía, puto traidor? Son algunas de las
preguntas que le llueven. Tras aclarar que no es más que una
expresión cuyo significado viene a ser "¡Lo encontré!", explica a
sus colegas mafiosos cómo introducir diez toneladas de droga a un
precio más que razonable.
"¿Cómo?" le exhortan.
"Fácil, responde, vamos
al aeropuerto de Ciudad Real, compramos una de sus terminales y
después llamamos a nuestros contactos en África y América Latina
para que carguen un par de aviones y nos la envíen".
El plan es perfecto.
Ciudad Real es uno de esos aeropuertos españoles donde el volumen de
tráfico aéreo permite no levantar sospechas con la llegada mensual
de varios vuelos procedentes de países productores o exportadores de
cocaína. Nadie sospechará jamás de lo que realmente se cuece allí.
Todo se va al traste. Los
mafiosos se acercan y preguntan por el responsable del aeropuerto.
Tienen una oferta que no podrá rechazar, aseguran. Están dispuestos
a comprar una terminal.
"¿Para qué?" Pregunta
alguien.
"Para qué va a ser,
para traer la droga de una forma más sencilla. No sabes lo caro que
sale tener una red de mulas. ¿Sabes cuántos culos se han de
rellenar con bolas de coca para 'colar' en el país diez toneladas de
droga al mes?. Echa cuentas"
El tipo asiente. Visto
así. Les pide que tomen asiento, mientras él avisa al 'encargado' y
telefonea a los pelochos, para preguntar por el número de la Unidad
de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) a la vez que entra en
un sorteo de unas entradas de cine. Porque ser responsable no exime
de aprovechar las oportunidades que a uno se le presentan. La
operadora le pregunta si desea que le ponga en contacto, el tipo
responde con un "sí, por favor". Un tono, dos tonos...alguien al
otro lado de la línea.
Explica que tiene
sentados en el aeropuerto de Ciudad Real a unos mafiosos interesados
en comprar una terminal para traer una tonelada de droga al mes.
Pregunta qué hace, si se la vende o si espera a que vengan a
detenerlos. Un negocio así no se cierra todos los días.
"No nos engañemos"
les dice a los agentes "este aeropuerto, como otros de nuestra
geografía, son como esas pistas forestales que los narcos construyen
en sus laboratorios en mitad de la selva. Su actividad no es mucho
mayor y su sensación de estar aislados es idéntica. No me extraña
que crean que puede servir a sus intereses. Si hasta puede que los
confundan"
El policía asiente. Es
incapaz de responder al por qué de algunas infraestructuras cuya
construcción ha supuesto inversiones multimillonarias y su
funcionalidad es cuanto menos dudosa. Y si bien ve, por ejemplo, una
cierta utilidad para actividades al margen de la ley como el tráfico
de drogas, por su tranquilidad, su poco control, no deja de apuntar
que se trata de negocios ilegales y que, como tales han de ser
perseguidos y castigados.
"Ya es mala suerte.
Para un comprador interesado en dar servicio a las instalaciones, va
y resulta ser una mafia del narcotráfico”-le dice mientras se
aleja con uno de los detenidos.
El tipo del aeropuerto se encoge de
hombros. Así es la vida.