El juicio de la trama Gürtel me ha dejado hoy como suele decirse en
mi tierra 'de pasta de boniato', es decir anonadado. Podría decir
que el motivo es la salida a la luz de algún nuevo dato escandaloso
pero mentiría. Mi perplejidad es mucho más mundana. Francisco
Correa, el principal imputado, ha sido trasladado a la sede del
Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León en una ambulancia
de Instituciones Penitenciarias. Hasta aquí no hay nada demasiado
fuera de lo común para justificar mi grado de estupefacción.
Resulta incluso trivial. No creo que sea ni el primer ni el último
procesado que sea llevado a declarar en ambulancia. Pero es que la
causa alegada...
No es algo nuevo que los encausados en procesos judiciales enfermen
cuando han de contestar ante un Magistrado por los delitos que
presuntamente se les arrojan cometidos. Algunos hasta ven 'la luz' al
final del túnel, aunque no especifiquen si es aquella tras la que se
esconde el misterio de la vida y abre las puertas del Más Allá o si
es la de la habitación de las triquiñuelas para dilatar y
entorpecer en todo lo posible la acción de la Justicia.
Todavía tengo vívido en la retina el recuerdo, por ejemplo, de
Augusto Pinochet con el culo y un pie pegados a aquella silla de
ruedas mientras el más frío de todos los podólogos, la muerte,
limaba las asperezas y duricias del otro. Un estado de salud tan
delicado imposibilitó su posible extradición a España desde
Inglaterra, por miedo a que se fuese en el camino.
Y se fue, pero a Chile, donde al llegar al aeropuerto dejó también
'de pasta de boniato' a la misma muerte, agradeciéndole aquella
fantástica pedicura.
Pero el caso que me ocupa es diferente. Francisco Correa no ha
eludido personarse en los juzgados, simplemente ha cambiado el medio
de transporte porque, según recogía en una noticia el periódico ElPaís, padece claustrofobia y le resulta imposible sentarse en la
parte trasera del furgón policial que es habitual en estos casos.
Lo curioso del asunto es que lo constata un informe médico.
Desconozco si se trata de una variante de claustrofobia, una que el
'terror a los espacios cerrados' es básicamente para esos
motorizados, de color azul por lo general, con algún distintivo
policial en sus laterales pero que no afecta a vehículos similares,
como ambulancias, camionetas, coches...
He pensado que quizás sea una 'claustrofobia de imagen', un miedo
irracional a las 'imágenes cerradas', esas que te encorsetan a los ojos
de los demás e influyen sobre la opinión pública, aunque sea de un
modo subjetivo. Porque quizás Francisco Correa tenga 'claustrofobia'
a bajar de un furgón policial ya que 'culpabiliza' más que hacerlo
de una ambulancia. Y como la imagen que uno proyecta ante los demás
es importante, cualquier detalle cuenta, por pequeño que sea.
El apunte puede parecer ridículo, pero a mí me ha servido para
reflexionar un instante. Si de verdad fuese así, si alguien alegara
claustrofobia para evitar su traslado a los juzgados en un furgón
policial sólo por el hecho de creer que así transmitirá un imagen
de ser 'más inocente' o 'menos culpable', entonces el mundo en el
que vivimos tiene un serio problema de 'apariencias'. Más grave de
lo que yo pensaba en un principio.
Y eso es algo difícil para alguien que está convencido que en la
mayoría de los casos en nuestro día a día nos tropezamos con mucha
'fachada' para poco 'edificio' y que cada 19 minutos y sin poder
evitarlo distrae su mente con un pensamiento sexual. Es lo que tiene
ser hombre según concluyen unos concienzudos y estudiosos
científicos de Ohio.