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lunes, 28 de noviembre de 2011

No podré ser un 'anciano' feliz porque no se me levantará por culpa de la sopa de bote

Uno de los muchos estudios que suelen realizar y publicar los equipos científicos de los muchos y variopintos departamentos que pueden encontrarse en cualquier universidad norteamericana, esos que justifican unas nóminas a final de mes y que a ojos de los 'científicamente analfabetos' como yo no dejan de ser pérdidas de tiempo, recursos y dinero, me ha brindado la excusa ideal para redactar una 'póliza de seguro de felicidad' para pareja y amantes que dispone la necesidad de mantener relaciones sexuales una vez llegados a la denominada 'tercera edad', de la que desconozco cuándo uno formaliza su ingreso oficial, todo sea dicho de paso.

Y es que, ojo al dato, después de invertir un buen puñado de dólares en un estudio, un grupo de investigadores ha concluido que en materia de relaciones sexuales, la frecuencia incide directamente sobre la felicidad marital de los 'ancianos'. Así es. A mayor frecuencia, más satisfechos están con su matrimonio.

Después de esta revelación, confieso que veo con otros ojos a esos 'ancianos' que de manera injusta y más que gratuita llamamos 'viejos verdes' porque en un vagón de metro concurrido, con disimulo, hayan acercado más de la cuenta ese 'bastón que se sujeta con las manos pero que ni apoya en el suelo ni sirve de ayuda para caminar' a las nalgas prietas del tejano de un ser humano. Ahora está claro, no son depravados, son 'incomprendidos en el amor', víctimas de una 'disfunción' de felicidad marital.

Y que entiendo los movimientos de sábanas que puedan sucederse en residencias de ancianos y geriátricos más allá de las obligadas por cuestiones higiénicas. Porque, aunque el estudio vincule la frecuencia de la actividad sexual a la felicidad en el matrimonio, uno ve igual de válidas esas conclusiones para otro tipo de 'parejas' como puedan ser 'novios' o 'amigos con derecho a roce'.

Más aún si tienes en cuenta algunos de los datos del estudio, como que las mujeres disfrutaban más del sexo una vez llegada la menopausia, que sus orgasmos habían mejorado al cumplir los 40 o que los hombres tenían una mejor vida sexual a los 50 que a los 30. Eso sin contar sus beneficios para la salud, pues además de mantenerte en forma reduce el dolor de cabeza y los síntomas relativos a la artritis crónica, entre otras cosas.

Es cuestión de tiempo que este estudio llegue a manos del futuro Ministro de Sanidad, porque en él tiene la solución a parte de la reforma sanitaria. Instaurar el sexo como 'prescripción médica'. Se acabaron las pastillas. Cuando un 'ancian@' pase por la consulta de su médico de cabecera para ser visitado de alguna dolencia, éste le recetará 'tres polvos' al mes, a ser posible con su pareja. El ahorro en medicamentos promete ser importante.

Yo, por mi parte, espero llegar a esa 'tercera edad' en buenas condiciones, aunque mucho me temo que no será así y que deberé culpar de mis males a las sopas y a las albóndigas de bote. Por lo visto, otro estudio ha revelado que algunos productos envasados pueden provocar disfunción eréctil.

La culpa de todo la tiene un componente químico, el Bisfenol A, que se emplea en la fabricación de envases de alimentos y que desde hace ya algunos años está en el punto de mira de expertos en materia de salud. Tanto que ha sido prohibido en la fabricación de biberones para lactantes, donde también se empleaba.

Nos hallamos pues, a las puertas de una nueva generación, la 'generación Viagra', esa que necesitará de ayuda para erectar y que en sus visitas al médico dirá:

'doctor, no se me levanta por culpa de los canelones con bechamel'

Y el doctor, asintiendo, dirá:

'¡Qué me va usted a contar, a mí me pasa lo mismo con la cebolla de lata!'

Otra opción es esperar a los siguientes estudios, los que nieguen todo lo recogido en los presentes. Porque si de algo estoy seguro, además de que el sexo es bueno a los 20, a los 30, a los 40, a los 50, a los 60, a los 70..., es que vivimos en la sociedad tanto del alarmismo como de la 'refutación', donde para cada estudio alertando de los riesgos de padecer algún tipo de enfermedad a causa de un producto hay otros dos proclamando sus excelencias, o por lo menos poniendo en tela de juicio su posibilidad de demostrar una causalidad.

Quizás eso nos dé algo de paz.