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viernes, 2 de diciembre de 2011

Herbívoro sin sexo quiere aprender a amar por menos de 1.600 euros

El ser humano parece haber caído presa de la extraña necesidad de etiquetar y clasificar todo cuanto le rodea, de buscar 'denominación de origen' a usos y comportamientos sociales que embarullan aún más nuestra existencia como individuos sociales. Cuajar tu carácter como ser humano dentro de una sociedad ya es de por sí suficiente trabajo como para que encima una panda de 'gurús' e 'iluminados' obsesionados con la teoría de conjuntos se dediquen a fragmentar tu persona según te ajustes a los diferentes criterios de millones de variables, desde el año en que naciste a tu sexualidad. Pero verse con más 'tags' que un 'post' en Internet es el menor de los problemas. El verdadero problema es que a veces algunos 'tags' pueden figurar en una, dos o más variables. Y un error de etiquetado puede ser letal. Es el caso, por ejemplo, de 'herbívoro' en Japón.

Mi abuelo, que posee la sabiduría casi centenaria de quien ha vivido muchos años y muchos de ellos antes de que existiesen las 'tendencias' y las 'tribus urbanas', encontraría otro término para esos japoneses 'herbívoros'. Es de esas personas con una capacidad de síntesis fuera del alcance de los jóvenes, de las pocas capaces de simplificar la inmensa maraña de etiquetas a unas pocas, al que tanto le da si eres Grunge, Hippie, Heavy... porque si llevas el pelo largo eres un 'melenas' y si le apuras hasta un 'piojoso',.

Y es que según una noticia publicada por La Vanguardia, los varones japoneses muestran cada vez menos interés por el sexo. Un estudio así lo indica. El 60% de los hombres de entre 18 y34 años no tiene pareja y sus principales preocupaciones, además de su desinterés sexual, se centrarían en otros aspectos más relacionados con su imagen, como la ropa o la dieta. Bautizados como 'soushokukei-danshi' ('hombres herbívoros') mi abuelo los describiría como: 'esos japoneses maric....'

Yo, al tiempo que anotase estas nuevas definiciones para un determinado grupo social, explicaría a mi abuelo que la conducta de esas gentes es hasta cierto punto comprensible. Le diría que en los tiempos en que vivimos todo esta excesivamente sexualizado, que existe tal saturación de esta clase de contenidos que es factible que haya quien pueda llegar a aburrirlo. Son los que abogan por regresar a los orígenes, a la esencia y no al acto mecánico, los que apuestan por redescubrir el mundo de los sentidos y los sentimientos.

En ese punto mi abuelo, a buen seguro, se giraría y le diría a mi abuela: 'lo que te dije, es palomo cojo'.

Para tratar de no infartar a mi pobre abuelo, aceptaría ir a 'estudiar' a una de las escuelas de nueva creación que más me han llamado la atención. Se encuentra en Viena y es para mejorar en tus artes amatorias. Hasta aquí no hay gran diferencia con cualquier otra 'escuela de ligue'. Pagas un precio elevado, nada más ni nada menos que 1.600 euros, para que un tipo te dé cuatro consejos para que al acabar el coito te digan 'torero, torero' y te saquen a hombros del ruedo en vez de pedir tus dos orejas y el rabo, sobre todo el rabo.

Lo verdaderamente original radica en que aquí además de teórica existe práctica. Es decir, que los estudiantes, según recoge una noticia publicada en ABC, tienen dormitorios mixtos para 'hacer los deberes': caricias, posturas...

Si la iniciativa prospera no descarto que alguien se decida a 'importar' la idea a España para hacer de negocio generalmente mal visto uno de carácter 'cultural' con el que optar a subvenciones del Ministerio de Cultura o de Educación.

Ya imagino al gerente del club de carretera, 'El cofre del tesoro', rellenando el formulario tipo para pedir una ayuda por convertir su establecimiento en un 'centro de enseñanza'. Su eslógan: 'Nuestra escuela sexual dispone de las mejores maestras a los mejores precios'.

Yo por mi parte, continuaré aprendiendo sobre la marcha, porque mi economía no me permite tantas alegrías como para viajar hasta Viena a desembolsar 1.600 euros. Y entre asignatura y asignatura, a ver si logro ordenar el galimatías de 'tags sociales' que tengo en mi cabeza.