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lunes, 14 de febrero de 2011

El día que ardió España

El pasado jueves 10 de febrero al personal y los clientes del supermercado en el que habitualmente hago la compra les costó dar crédito a lo visto en la cola de la caja número 6 donde, cual manada de paquidermos en ruta con las trompas sobre los cuartos traseros de su antecesor, una ristra de nada menos que 12 carritos de supermercado, unidos por sus cortas cadenas, aguardaban, rebosantes de productos alimenticios y de higiene personal, su turno.

Confieso que cuando empecé a vaciar el primero de la docena de carros la cajera sudaba, y tenía el rostro tan desencajado por el pánico como yo, como si supiera el motivo de mi aprovisionamiento. La miré a los ojos y traté de tranquilizarla, 'todo pasa, ya verás' le dije. 'Ya, pero la que sufrirá codo de tenista de tanto pasar seré yo, no te jode', fue su respuesta, totalmente inesperada para mí dada la situación de alerta en que parecíamos hallarnos en ese momento.

Una vez en casa y tras varias horas de Tetris para hacer caber en una cocina de 4m2 escasos cerca de una tonelada de comida cerré la puerta con llave, corrí los cerrojos, también bajé las ventanas, las persianas y hasta corrí las cortinas y bajé la tapa del retrete, para hacer de mi domicilio un búnker inexpugnable. Estaba preparado, listo, ya podía ¡Arder España!

Mis dedos temblorosos apenas acertaron a encender el televisor. El terror me paralizaba porque el vaticinio profetizado días antes por la mujer más poderosa del país y no sé si, como dice mi sobrina de todo el mundo mundial, Belén Esteban, podía cumplirse. Algo grave se palpaba en el ambiente y si no alcanzaba el grado de Apocalipsis, con las trompetas del juicio final anunciando el fin de los días, no descartaba una guerra civil o disturbios como los vividos hace unos días en Túnez o Egipto.

¡Va a arder España! Oía una y otra vez en mi interior. Esas palabras retumbaban en mi cabeza y en Telecinco aparecía la Nostradamus, sentada en un sillón, conectada a un polígrafo, dejando los ojos en blanco como si una suerte de trance la invadiera por la magnitud de las revelaciones que estaba a punto de realizar. Noté que mi esfínter titubeaba.

Y entonces sucedió. Aquella mujer empezó a gimotear, que si era la última vez que hablaba de su hija, que si no le importaba que se supiera aquéllo o eso de más allá, que si... y yo, que había pasado tres días temiendo lo peor, me encontré, de repente, en una discusión absurda entre los denominados 'Belenistas' y los 'Jesulistas'. Y si bien en cierta manera algo de enfrentamiento civil tiene, las llamas que debían asolar España se reducían a la rencilla familiar de dos separados. Un especie de Kramer contra Kramer castizo.

Me sentí tan aliviado como furioso. ¿Ese era el motivo por el cual iba a arder España? Porque de ser así hace años que en este país no tendría que quedar piedra sobre piedra. Mi cuñada mismo habría encendido esa antorcha, pero desde el anonimato eso sí.

Hoy me he sentado frente al ordenador y mientras escribía estas líneas pensaba en que debe existir una tercera facción, esa a la que denomino 'hastaloshuevistas'. La que está harta de las otras dos y a la que quiero unirme como militante activo para evitar que España vuelva a arder de nuevo, si es que en algún momento llegó a hacerlo.

3 comentarios:

  1. También me apunto a la facción. ¡Ya somos dos en la lucha, compañero!

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  2. Por si acaso guardalo para el 2012, total ya queda un año, y ya sea por el calendario Maya o por el rumbo que esta tomando España y el mundo, mejor aprovisionarse. ^^

    Buena publicacion, por cierto.

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Como diría el Conde Drácula si fuese Blogger: "Pero no se quede ahí plantado y entre por su propia voluntad para opinar libremente"