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jueves, 3 de noviembre de 2011

Quejas de un zombi: Cerebro, ¿qué cerebro? La tele los ha secado

Imaginemos por un segundo que algunos zombis de la serie de televisión The walking dead o de la genial película La noche de los muertos vivientes de George A. Romero logran huir de la caja tonta para plantarse en el salón de un domicilio español cualquiera dispuestos a darse un atracón de jugosos y activos cerebros. ¿Cómo creéis que reaccionarían al encontrarse que, sentados en el sofá, con la mirada fija en las 625 líneas, los humanos tienen menos actividad cerebral que la suya, que son más zombis que los propios zombis?

Seguramente se remorirían de hambre. Es decir, volverían a morirse después de haber muerto una primera vez y haber regresado a la vida por alguna extraña visicitud de la vida ya sea en forma de experimento militar, radiación o debido al cabreo manifiesto contra alguno (o todos) de los poderosos “evidentes” y brujos del Tarot que pueblan las madrugadas televisivas. Porque hasta los muertos se cansan de oír y ver la evidente charlatanería de esos personajes, diciendo a pobres incautos lo que es evidente hasta sin cartas, lo que quieren oír.

Otros, sin nada mejor que hacer, se sentarían junto a los zombis vivos, a ver la televisión, en familia como ha de ser. Imprescindible que los programas fuesen ajustados a su intelecto de cerebro difunto y sin actividad, donde el contenido fuese fácil de digerir, con mucha víscera y tripa y carne fresca. Realitys del tipo Acorralados, Gran Hermano, programas como Mujeres y hombres y viceversa o el despellejamiento diario sin ningún interés de Sálvame y demás engendros inclasificables del estilo.

Un tercero, creyendo haber tenido mejor suerte que los anteriores, se lanzaría a devorar al sujeto sentado en el sofá porque él mismo, en uno de esos absurdos arrebatos tan humanos como idiotas que nos caracterizan, habría aducido que sólo enciende el televisor para ver “Documentales de animales de la 2”, pero que está al corriente de todo lo que es “carne de zombi vivo” porque es imposible mantenerse al margen si en todos los programas hacen debate de ello. “Si hasta los lémures de Madagascar discuten acerca de si la expulsión de Leticia Sabater fue justa o no y si aquél malmete o si el de más allá es un falso. Les interesa más saber si Chelo García Cortés se lo hizo con Bárbara Rey antes que los depredadores que acechan a la vuelta del árbol en que habitan” se justificaría el sujeto mientras el zombi le hinca el diente. La mentira además de costarle la vida, le dejará como un malqueda ante sus nuevos colegas, los muertos vivientes. ¿Sólo los documentales de la 2? Y un cuerno, ese cerebro sabía igual de pocho que el de alguien que se lo ha dejado podrir a base de pasar horas y horas frente al televisor.

El último, quizás el más avezado, iría directamente a alguna cadena de televisión o productora y se haría productor.

Y por qué me planteo la triste suerte de un grupo de zombis que se creían con suerte por recalar en el salón de un domicilio español. Porque, por lo visto, el español pasó en octubre algo más de cuatro horas diarias frente al televisor. Si descuento a los bebés, a los trabajadores que pasan 8 horas fuera de casa, las cuatro o cinco horas de sueño que mínimo invertimos los seres humanos para recargar energías y al reducido grupo de los que por algún motivo no pueden o no quieren ver ni un minuto la televisión, me da a mí que son muchas más horas las que nos pasamos frente a la caja tonta.

Aunque pensándolo bien, con cinco millones de parados y con el tiempo tan loco, es hasta factible.

Yo confieso, veo la tele. Soy casi un zombi vivo. Me gusta el fútbol y estoy enganchado a varias series: The walking dead, The killing, Modern family, Breaking Bad, Hope o Robot Chicken, por citar algunas de mis favoritas. Pero también procuro mantener mi cerebro y mi cuerpo activos, por si acaso un día de estos se planta un zombi en el salón de mi casa, no vaya a ser que después venga el ejército a erradicarlo, dude de quién es quién y acabemos los dos fritos.